Hoy es la visita a terreno de nuestra hora feliz.
Marchas hacia los niños los siguientes libros:
Gran Formato.
Peleemos las ballenas, Dilbert De Scott Adams
Mi primera Gran Encilopedia.
El ruiseñor, versión de Stephen Mitchell
Relato de mi sueño, Elicura Chihuailaf.
La estrella viajera, María José Thomas
El Rey con Orejas de Caballo, Eric Maddern y Paul Hess
¿Puedes pescar una sirena?, Jane Ray.
El diario íntimo de Matías, Fernando Sendra
Michel Un gato cantor. María Teresa Sibilis
***
Pequeño Formato.
Un museo siniestro, Miguel Ángel Mendo.
Carmen Posadas, Kiwi
Ana María Machado, Un montón de Unicornios.
Libro de las Preguntas, Pablo Neruda.
No, no fui yo, Ivar Da Coll.
Javier Malpica, Clubes Rivales
Rosa está hecha un lío, Juan Carlos Chandro
La prueba de valor de Lorenzo, Hortense Ulrich
¿Seguiremos siendo amigos?, Paula Danzinger
Alarma en Pattcrick Fell, Fay Sampson
Carola A. Jamett Vargas
Hace algunas semanas la civilizada Europa padeció brutales ataques
de fanáticos religiosos y políticos que a ojos occidentales representan el
horror y el retroceso a épocas que el mundo occidental, por ingenuidad o
soberbia, consideraba superadas histórica y culturalmente. El epicentro de ese
horror fue precisamente la Ciudad Luz, capital de Francia, el país de la
libertad y la cultura.
No podemos dejar de relacionar estos hechos lamentables con otra noticia,
buena esta vez, que, por cierto, escasamente apareció en los diarios regionales. Hace algunas
semanas viajó a Valparaíso invitada por
la Editorial Universitaria de la Universidad de Valparaíso la célebre bibliotecaria
parisina Geneviève Patte, también conocida como “la mujer del canasto”, una persona
que con su amor a los libros y pasión por llevar bellas historias a los niños, ideó una manera
de acercar la lectura a las personas.
En 1964, siendo bibliotecaria en Clamart, en la periferia de París,
donde habitan en su mayoría inmigrantes y personas desposeídas, Geneviève, al constatar
que la gente no se acercaba a la biblioteca a su cargo, tomó la decisión de
llenar un canasto con libros y sentarse en la plaza para ofrecerlos a quienes
se acercaran. Las personas que por ahí circulaban se fueron habituando a su
presencia y, gracias a su mediación, pudieron
acceder, muchos de ellos por primera vez, a las historias que contenían esas
páginas. Al poco tiempo la biblioteca itinerante contaba con una nutrida clientela. Fue naciendo así, de forma
espontánea, el concepto de “passant” que podríamos traducir como “mediador”, un
concepto clave en el pensamiento de Geneviève y que ha iluminado a
bibliotecarios, profesores y a todos quienes aman los libros y ven la necesidad
de acercar la literatura a las personas. Este concepto se encuentra incorporado
hoy al lenguaje pedagógico y literario gracias a Geneviève Patte.
De los años sesenta hasta nuestros días mucha agua ha corrido bajo los
puentes de Clamart, y hoy por hoy existe allí una de las más hermosas y
acogedoras bibliotecas del mundo, una biblioteca redonda diseñada y construida a
la medida de los niños. Geneviève,
sabia, de hablar pausado y mirada transparente, ha viajado por el mundo
entregando su mensaje. Ella representa esa vocación que muchos compartimos por la
lectura de “les belles histoires”, el gusto por la literatura en todas sus
formas y el consecuente impulso por compartir esas historias con los demás. Se trata
de llevar a los otros los más bellos libros, aquellos que seducen e invitan a niños,
jóvenes y mayores a un encuentro íntimo, personal e interpersonal con el arte y
la belleza.
Mujer cálida, acogedora, sencilla, precisa en sus ideas y por sobre
todo, generosa, Geneviève ha entregado su vida a la misión que ella misma vio con
claridad: la de acercar los libros a todas las personas, sin prejuicios, sólo
para abrirles el mundo, para que tengan la posibilidad de ese encuentro
personal con la literatura, ese encuentro que abre mundos, que saca a las
personas de una vida muchas veces triste y obscura coloreándola con otras
visiones, narraciones y vidas, un encuentro que siembra la imaginación de
historias, de horizontes liberadores, pues
no es otra la misión del arte.
Patte es enfática al declarar que los libros no deben ser utilizados
como herramienta de formación moral, ideológica ni pedagógica, pues su
verdadera finalidad es liberar a las personas de su vida diaria, de su rutina y
hacerlas soñar. “Nadie se resiste a una buena historia”, nos repite a menudo,
con esa sencillez y sabiduría de quien extrae lo medular de su experiencia de más
de 50 años de trabajo para transformarlo en un mensaje accesible a todos,
simple de entender, aunque exigente de
vivir. Cuando habla lo hace como una maestra acogedora y clarísima que no
permite que sus palabras se malentiendan.
Geneviève es contraria a la costumbre cada vez más difundida de
evaluar la lectura. Enfatiza que jamás hay que preguntar a un niño ¿comprendiste la historia? , porque el niño se
siente evaluado y esa sola pregunta y el consiguiente malestar del niño podría llegar
a ser la causa de que se aleje de los
libros. La lectura no se puede evaluar pues la literatura es arte y el arte no
es unívoco, sino susceptible de múltiples
interpretaciones. Se trata sólo del goce
de la lectura, “la emoción de leer”.
En las tres ocasiones en que pude disfrutar, junto a otros oyentes,
de su presencia y de sus palabras, Geneviève
recalcó cómo es fundamental elegir para los niños las más bellas
historias y los más bellos libros pues eso los hace sentir valorados, y ello es
aún más importante tratándose de niños desposeídos. El “passant” o mediador de
la lectura, el padre, la madre, el
bibliotecario o la persona que desee acercar a otros a la lectura debe conocer muy
bien las historias que quiere entregar a los lectores y debe amarlas, es un
requisito. Al ser consultada, dio a entender que esas historias podían ser
tanto las grandes historias universales como un bello libro de dibujos, y en relación
a esto último narró la anécdota de un
pequeño niño inmigrante que hojeaba embelesado un hermoso libro de
ilustraciones que mostraban una playa en las distintas horas del día. El niño,
al observar los dibujos de la playa en distintas tonalidades según la hora del
día y la luz del sol, abría los ojos y con profunda emoción repetía “¡Oh, qué
hermoso, oh, qué hermoso!” completamente seducido por la belleza del arte,
sugestiva, abierta, viva, estimulante. Ese niño, cuenta ella, unos años después
se transformó en editor de una revista. Y cuando se me ocurrió preguntarle cuál
era la historia que, en su experiencia de 50 años, los niños del mundo más
gustan de oír, me respondió que “la gallette roulante”, “La tortilla corredora”.
La lectura como vehículo para soñar y evadirse es necesaria sobre todo en las vidas de los
niños más vulnerables, ya que los
ayuda a salir de su realidad. Geneviève nos narró que en uno de sus viajes a Brasil, cuando
solicitó ayuda al director de la Alianza Francesa para llevar a las favelas bellos
libros, el hombre, sorprendido, le preguntó que para qué lo hacía, si esos
niños tan pobres no necesitaban libros sino cosas mucho más vitales como comida
y remedios. Su respuesta fue que precisamente ellos, los más desposeídos, son
los que más necesitan de las bellas historias. Lo mismo pudo constatar con los
niños internos en los hospitales, para quienes el libro se convertía en un
verdadero objeto transicional que llevaban entre sus brazos a las más dolorosas
terapias y que poseía la virtud de calmarlos.
En las tertulias que tuve la suerte de compartir con Geneviève también
la oí contar la anécdota de un amigo
suyo profesor que enseñaba en Francia en una escuela de niños problema. En esa
clase nadie ponía atención, nadie quería estar allí, y los alumnos que se
encontraban afuera tiraban piedras a las ventanas de la sala. Un día,
desesperado, al profesor se le ocurrió empezar a narrarles historias. Lo que
ocurrió entonces fue mágico: de un minuto a otro los adolescentes rebeldes empezaron
a poner atención, los de fuera dejaron de tirar piedras y el ambiente de la
sala cambió. A esas primeras historias se sucedieron las grandes obras de la
literatura universal como la Biblia y la Ilíada, y los niños se acostumbraron a
oír con receptividad las historias de Ulises y Sansón.
Nos contó cómo los “passants” de la biblioteca de Clamart,
incansables en su tarea, idearon “L´heure
joyeuse”, “La hora feliz” que no es otra cosa que desayunos familiares con
libros. En la biblioteca preparan un rico desayuno con chocolate caliente y sabrosos
pancitos e invitan a los niños con sus papás y familiares. Los padres pueden
así darse cuenta que sus hijos se interesan por los libros y empiezan a entender ellos mismos que éstos abren el
mundo a sus hijos y podrían abrirlo para ellos también. El libro funciona
entonces como un lazo que une a los hijos con sus padres. En torno a los niños
se va reuniendo la familia, los hermanos mayores, los padres y los abuelos, para
quienes muchas veces la experiencia de la lectura no ha estado presente en sus
vidas hasta que la descubren a través de sus niños. Nos narró también cómo unos
ancianos franceses muy pobres se emocionaron profundamente cuando ella les
prestó un libro de cuentos de hadas clásico francés “Les contes de la Comptesse
de Ségur”, en una edición de lujo, bellamente encuadernado en seda roja y con cantos dorados. Era la emoción de quien, por
primera vez en su vida tiene la oportunidad de lucir, admirar, hojear y
acariciar una joya invaluable.
En su tarea de bibliotecaria ambulante, para Geneviève siempre fue
imprescindible cumplir con los niños. Estar allí con los libros, siempre el
mismo día y a la misma hora, pues los pequeños se hacen ilusiones y es una responsabilidad
no destruirlas, esa regularidad y seriedad los hace sentir valorados.
Geneviève no habla tanto de libros como de historias. Para ella los
libros son un medio de entregar historias, y éstas, al ser narradas y mediadas por el “passeur” suenan, son bellas,
atraen la atención de los niños y los grandes, los hacen soñar y evadirse de la
rutina. Para eso existen las historias. De eso se trata ser bibliotecario.
Al dirigirse a los bibliotecarios pone énfasis en que deben leer mucho
y amar lo que leen para transmitir esa pasión a los demás. Por ningún motivo
deben permanecer detrás de un escritorio ni menos de un computador. Y cuenta la
anécdota de un niño a quien le encantaban las bibliotecarias porque siempre
estaban de pie, lo que el pequeño interpretaba como que siempre estaban
disponibles para él, que es lo que los niños necesitan.
Geneviéve habla despacio, sutil y enérgicamente, pero con respeto y
delicadeza. Y “respeto” es una palabra
que siempre usa para referirse a los niños.
Al preguntarle acerca del papel de la lectura en el momento actual en
que estamos invadidos por la tecnología
y en que los computadores parecen
haberle ganado terreno a los libros, ella, con su sabiduría
imperturbable, expresa que se trata de una “cuestión de equilibrio”: Precisamente porque estamos en un mundo de
“opulencia” -palabra que emplea
textualmente- un mundo saturado de
imágenes, se hace más necesario que nunca entregar bellas historias, y que
nadie se engañe, no se trata de llevar libros en un canasto y
dejarlos a disposición de la gente, las
historias necesitan de una persona que las cuente para que sean tales, la
oralidad forma parte de ellas. Como se puede apreciar, no estamos hablando de
“hábito lector”, sin o de algo distinto, de “entregar historias” lo que me hace
recordar los cuentos en torno al brasero en el campo, los versos, los cantos, las rimas, los cuentos infantiles, las novelas, la
Biblia, Homero. En fin, cuán evidente es que “nadie se resiste a una buena
historia”.
Y quién sabe si las bellas historias, narradas y oídas por el solo
placer de disfrutarlas, nos permitan comprender un día que la vida no es más que una serie de
relatos que cada uno cuenta y se cuenta a sí mismo. Quién sabe si con esa
convicción las personas sean capaces de llevar una convivencia respetuosa y enriquecedora
que vaya dejando en el pasado los últimos destructores resabios de violencia
y fanatismo.
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